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«Apocalipsis nuclear en los océanos: los devastadores efectos de una bomba atómica en el agua»


La posibilidad de que se produzca una guerra nuclear es cada vez más real, no solo en Europa sino también en Asia. Sin embargo, los científicos señalan que incluso la detonación más pequeña de una bomba nuclear podría tener graves implicaciones climáticas. Actualmente, hay más de 10,000 ojivas nucleares, muchas de las cuales están en poder de superpotencias como Estados Unidos y Rusia. Aunque lógicamente sus efectos serían apocalípticos en su zona de impacto, el efecto en la Tierra pondría en riesgo la subsistencia de la vida en el planeta.

La preocupación de la comunidad científica por el efecto llamado “invierno nuclear” no es nueva. En 1982, el investigador Carl Sagan y otros colegas advirtieron sobre sus catastróficos efectos. Ellos descubrieron que este “invierno nuclear” podría disparar una hambruna catastrófica muy lejos del sitio de conflicto.

La investigación realizada por expertos australianos supone distintos escenarios, los cuales arrojan futuros igualmente pavorosos. El descenso de la temperatura causaría un efecto en cadena que alcanzaría a todo el planeta. Uno de los ejemplos implica que Rusia y Estados Unidos se ataquen mutuamente. La cantidad de hollín que sería enviada a la atmósfera provocaría un drástico descenso en la temperatura, lo que causaría que el hielo del Ártico se expandiera a una velocidad increíble.

En una primera instancia, el hielo cubriría el Mar Báltico, impidiendo la pesca y poniendo en riesgo la agricultura y otras labores locales. En solo tres años, el hielo dejaría inservibles los puertos desde San Petersburgo hasta Copenhague.

El escenario en el mar sería devastador. Sin luz solar, las algas marinas morirían y, con ella, se iniciaría un efecto en cadena que comprometería toda la vida marina. A partir de allí, la alimentación de millones de personas correría un gran riesgo, incrementado por las pobres cosechas que se ejecutarían en tierra firme.

De acuerdo con el modelo realizado por los investigadores, la recuperación de los océanos sería extremadamente lenta. Luego de que el hollín se disipe de la atmósfera, el mar todavía tardaría varios años en encontrar nuevamente su equilibrio.

La mayoría de las especies marinas habría muerto después de 10 años de invierno nuclear. El fitoplancton podría resurgir con la llegada de más rayos solares, pero las condiciones del agua serían extremadamente frías, por lo que la vida no surgiría de inmediato.

Dado estos resultados, hay un imperativo moral en preguntar sobre qué se debería y podría hacer para prevenir un conflicto nuclear. Recientemente, una nueva revisión a una vieja filosofía ha comenzado a salir de Oxford. La idea, conocida como “largoplacismo”, propone que cualquier acción debe proponer conservar el mayor número de vidas humanas.

Aún un conflicto más limitado que los dos estudiados podría empujar a los océanos dentro de un estado nuevo que duraría mucho más de lo que habíamos esperado. Entender el peso y la duración de esas consecuencias debería estar al frente de los cálculos diplomáticos futuros, concluyen los investigadores.


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